Al hablar en público… ¿está atrapado o impulsado por su cuerpo?

“El cuerpo es la fuente de nuestras emociones,

y nuestras emociones son la base de nuestra experiencia humana”

ANTONIO DAMASIO

 La neurocientífica española Nazaret Castellanos, recalca en varias de sus publicaciones la importancia de la conciencia corporal, y en particular de la postura y su relación con las emociones y nuestras percepciones e interacciones. Afirma: “somos la forma de nuestro cuerpo; el cerebro se involucra y actúa de una manera diferente según nuestra postura”.

Sin embargo, nuestros desempeños diarios evidencian que nuestro cuerpo resulta un territorio desconocido en el cual habitamos, esto se evidencia de manera significativa ante los desafíos comunicativos. Al prepararnos para una presentación pública, una entrevista, u otra actividad en donde vamos a ser evaluados u observados; prestamos atención al tema que vamos a exponer, a los elementos de apoyo como diapositivas u otros materiales y hasta a la apariencia, pero el gran ausente es el cuerpo.

En general, no sabemos qué hacer con nuestro cuerpo al estar frente a un público, frecuentemente ni siquiera percibimos lo que hacemos con él en nuestro desempeño diario y mucho menos al comunícanos. Aquí conviene retomar una frase que oí en un taller de teatro: “En estas sociedades occidentales centradas en la palabra, se nos ha olvidado que el cuerpo habla y también, hablar con el cuerpo”.

Continuamente desfilamos por las calles y en los escenarios cotidianos, exhibiendo cuerpos, que, en DCA ESPECIALISTAS, hemos clasificado en dos categorías: cuerpos “abandonados” y cuerpos “encapsulados”.

Los cuerpos abandonados se observan desvalidos, poco resueltos, con baja tonicidad muscular, reducida ocupación de su espacio vital, movimientos poco enérgicos y poco definidos, posturas derrumbadas y expresiones vagas en rostro y mirada. Parecieran escasamente habitados y, en consecuencia, proyectan un estatus bajo.

Ejemplos de cuerpos “abandonados”

 

Los cuerpos encapsulados se manifiestan aprehensivos, con aumentada tonicidad muscular, movimientos incompletos, redundantes, desorganizados y tensos, posturas rígidas y rictus faciales caracterizados por mandíbula o cejas contraídas. Si a los anteriores, parece que la energía se les estuviera drenando, reduciendo su espacio vital, en estos, parece que su energía estuviese atrapada dentro de sus músculos y se moviese a saltos adentro suyo y en su espacio vital. Algunos pueden proyectarse como jugadores de estatus alto, pero, suele ocurrir que la falta de flexibilidad y amplitud de sus movimientos y desplazamientos, mengüe su poder personal y social, ya que afecta la capacidad de sintonizarse y generar empatía con su audiencia.

Ejemplos de cuerpos “encapsulados”

 

¿En qué momento nos ocurre esto? Al observar niños menores de cinco años, mientras no hayan sido objeto de abusos, se proyectan decididos, presentes, vitales y cómodos con y en sus cuerpos. Se desenvuelven como participantes activos de cada vivencia y experiencia, se suben al escenario de la vida como protagonistas. En contraposición, la mayoría de los adultos, como hemos descrito, nos hemos bajado del escenario de la vida y pasamos a ser espectadores, o nos colocamos detrás de bambalinas y en el mejor de los casos, actuamos como “extras” en las situaciones que más nos exigen estar plenamente presentes.

No está dentro de nuestra competencia dar explicaciones a estos comportamientos.  Planteamos dicha situación como una reflexión y como un marco para resaltar la importancia de reconquistar, desde nuestro cuerpo, la vitalidad, la presencia y la desenvoltura en los diversos escenarios personales, familiares, sociales y laborales.

En su libro “Mapas para el Éxtasis”, Gabrielle Roth describe, de manera detallada, como desde los primeros meses las vivencias, tanto en el hogar como en la escuela, nos llevan a ser “desterrados” de nuestro cuerpo: “Nuestros cuerpos quedan presos de esquemas. Nos entumecemos por la repetición. Nuestro corazón también se rigidiza y adopta rutinas automáticas. Muy pronto nos embotamos, insensibles a lo que sentimos en realidad y nuestras mentes terminan cegadas por supuestos incuestionados y actitudes rectoras que no nos permiten ver qué hay más allá ni explorar el mundo en su plenitud. Nos programamos para el aburrimiento” (2010, p.13-14).

En ese orden de ideas, es fácil concluir que este desarraigo de nuestro cuerpo, que vamos experimentando cotidianamente, resulta uno de los mayores obstáculos para desenvolvernos en nuestras interlocuciones. Es un detonante protagónico del temor escénico y de la percepción negativa acerca de nuestras intervenciones, tanto por parte de nosotros mismos como por parte de las audiencias o interlocutores. Describimos tres situaciones que ilustran el impacto que genera el manejo del cuerpo en la percepción de quien nos observa.

En la obra de teatro: “La Más Fuerte”, escrita por el dramaturgo J. A. Strindberg, hay dos mujeres en escena, pero transcurre como un monólogo ya que, solo una de ellas habla evidenciando odio, frustración y hasta inseguridad.  La otra calla y hace gestos contenidos y sutiles, que llegan a ser avasalladores porque generan gran contraste con las manifiestas expresiones verbales y no verbales de su compañera. Con el transcurrir de la obra, la mujer que calla es la que más captura la atención del público y resulta evidente que es justamente ella, la más fuerte. Al ver obras como esta, es inevitable admirar como la preparación del actor le permite estar presente, independientemente de que sus acciones sean muy limitadas, incluso, como lo describe Eugenio Barba, llegan a ser capaces de estar “fuertemente presentes”, pese a su “ausencia” de la acción (Barba y Savarese, 1990, p.21).

Y justamente el teatro nos sirve de base para demostrarnos que el cuerpo puede ser entrenado para manejarse de manera destacada, desenvuelta y acorde con los requerimientos de las diversas interacciones. Aún más, el cuerpo influye poderosamente sobre nuestro manejo de la voz y del mensaje verbal y, tal vez, constituye la herramienta que facilite de manera más directa la ejecución armónica de la comunicación oral, por su directa relación con las emociones y el comportamiento, como lo están demostrando las investigaciones neurocientíficas actuales. La experiencia en escenarios teatrales nos lleva a afirmar que todo lo que pasa en el cuerpo, pasa en la mente y se refleja en el discurso.

Eugenio Barba insiste en que no existe una acción física que no sea también mental y que la manera de manifestarnos con nuestro cuerpo constituye el aspecto físico del pensamiento: “Un modo de moverse en el espacio pone de manifiesto un modo de pensar, es una moción del pensamiento puesto al desnudo. (…) Así como hay un modo perezoso, previsible, gris, de moverse, hay también un modo gris, previsible, perezoso, de pensar” (Barba y Savarese, 1990, p.55).

En su libro “El Poder de la Presencia” Cuddy (2016) expone gran cantidad de experimentos y comprobaciones, no solamente propias, sino también de científicos en varios países, que evidencian como el cuerpo es una herramienta invaluable para conectarnos con nosotros mismos y con los demás, expandir la mente y desarrollar el máximo potencial para desenvolvernos de manera, exitosa y asertiva, incluso ante las demandas más exigentes.  Concluye que “conectamos a través de nuestro cuerpo con nuestro verdadero ser, liberamos nuestro poder personal y usamos estos elementos para estar presentes en los retos más colosales de la vida, permitiendo a los demás estar presentes también” (2012, p.335)

En próximos artículos expondremos exploraciones que hemos realizado los especialistas de DCA en relación con el manejo de nuestro cuerpo en los desempeños comunicativos y daremos guías prácticas para que puedan desarrollar en su cuerpo, con su cuerpo y gracias a su cuerpo, la escenografía de impacto de sus mensajes.

 

Bibliografía

Artículo extraído de:

Hernández Avendaño, I.C. & Díaz Ochoa, R.F. (2018). La puesta en escena de sus mensajes, Palabras, voz y cuerpo. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario. Pp. 1 a 24.

 

 

Leave A Reply